
Cuando un niño enfrenta el diagnóstico de cáncer, su vida cambia por completo. Las rutinas se alteran, los días se llenan de citas médicas, y el tratamiento se convierte en una prioridad. Sin embargo, hay algo que muchos padres no dejan de lado: la educación de sus hijos.

Aunque los niños no puedan asistir a clases de forma presencial, muchos padres hacen lo posible para que continúen aprendiendo. Se comunican con los docentes, solicitan materiales, organizan horarios entre tratamientos y, en algunos casos, usan herramientas digitales para que sus hijos se conecten a clases virtuales.
Este esfuerzo no siempre es visible, pero es fundamental. La educación permite que los niños mantengan una rutina, se sientan parte de su entorno escolar y continúen desarrollando sus habilidades, incluso en medio de una situación tan difícil.
Estudiar no solo significa avanzar en contenidos académicos. También significa mantener viva la esperanza, los sueños y el sentido de continuidad. Para un niño que está en tratamiento, aprender puede ser una forma de decir: “Mi vida sigue. Todavía tengo metas.” Y detrás de ese aprendizaje, están los padres. Ellos se convierten en guías, en apoyo emocional y en gestores de oportunidades educativas, muchas veces sin contar con los recursos necesarios, pero con una enorme voluntad.
Referencia:
Asociación por los Derechos de los Niños con Cáncer
https://shorturl.fm/arqJ8
https://shorturl.fm/ZDCdO